miércoles, 29 de noviembre de 2017

Reminiscencia de invierno (parte I)

Cae la tarde, los vientos gélidos del norte soplan con fuerza sobre la estampa de plomizos y níveos colores del centro de la ciudad. Los pasos de Salvatore se hacen pesados sobre el pavimento glacial mientras libra una batalla épica contra la ventisca que escupe su ráfaga de furiosos copos de nieve. Recién salido del trabajo, se dirige a su estación del metro urbano, a unas pocas cuadras del altísimo edificio de cristal donde trabaja. Hoy no tiene ánimo de pasar a tomar su macchiato bien espeso en la cafetería de moda del centro que le queda en el camino, urge llegar a casa a atizar unos leños en la chimenea y entibiar un poco el espíritu.

A pocos metros de la cafetería, desde el otro lado de la acera, observa sin embargo a los grupos de amigos, parejas e individuos solitarios que beben los cálidos sorbos de sus bebidas a temperatura de ebullición, casi todos con un móvil en la mano y unos pocos con un libro. Y su vista se detiene en una figura en particular; una chica de mirada perdida que sentadda en una mesita al lado de la ventana, observa la blancura del ocaso y se extravía en los laberintos espirales de algún fugaz remolino de viento. Sus ojos son de un café tan oscuro como la densidad del espresso en el macchiato que Salvatore suele tomar. Su cabello castaño claro es tan liso que la luz de la lámpara encima de su mesita resbala por su pelo hasta caer al piso. Sus labios carnosos sugieren que su sonrisa debe ser angelical, pero su expresión es más bien de tristeza, pero no de una tristeza llana y simple, más de esas que son complejas, envueltas por el misterio. El corazón de Salvatore, sin embargo, late ahora con una tibieza inesperada, y antes de darse cuenta se encuentra en la puerta de entrada; sus pies lo han llevado hasta allí sin notarlo, como deslizándose o patinando por el pavimento helado.

El lugar está abarrotado, no cabe un alma; el frío invernal obliga a los transeúntes a hacer parada obligatoria y pedir una bebida bien caliente. Pero ya está allí y voltea a ver a la chica de los ojos café profundo, ahora de espaldas hacia él; lleva un abrigo corto de un color tan blanco como la nieve, lo cual realza el rojo escarlata del lapiz labial sobre sus carnosos labios. —Me das un macchiato con leche de soya y un toque de caramelo por favor —le dice al cajero— ¿alto, grande o venti? —le responde el cajero— Mejor un venti. Que me dure un buen rato— y le da un billete de diez dólares. Ya con su café en la mano, da un par de vueltas por las mesas y barra de asientos individuales del lugar, sin encontrar un solo espacio, excepto por una silla disponible en una mesita pequeña donde una anciana de cabellos plateados que está absorta en la lectura de su libro mientras bebe un latte que parece inagotable; y otra silla al lado de un hombre de mediana edad —aunque por su cabeza calva parece mayor— con una abundante barba y cara de pocos amigos, como quien ha tenido un día muy cargado; y por supuesto, la silla libre en la mesita de la chica de los ojos profundos, absorta en el panorama invernal de la calle, con un libro abierto casi por la mitad al que no ha vuelto a mirar en todo el rato que Salvatore lleva observándola. —¿Te molesta si me siento aquí? —ella lo mira con semblante serio, con especial asombro, como quien quiere ver hacia adentro y no solo por encima, pero no dice nada— ¡Es que no hay un solo lugar disponible! Claro, si no soy inoportuno, y si no esperas a nadie —Y ella lo sigue mirando por breves segundos más, pero su boca no se abre, mas con sus labios hace un gesto tan leve, como el de una tímida sonrisa; y de alguna manera parece que asiente a que Salvatore la acompañe. Al menos así lo entiende él, que sin decir más pone su bebida sobre la mesa y jala la silla, inusualmente pesada y sin protectores de hule en las patas, haciendo un ruido particularmente enervante al hacerlo. Ella levanta una ceja, como diciendo: —¿Qué haces? —pero realmente no dice nada— Perdona, no ha sido mi intención— se excusa él.

La mirada de ella se zambulle ahora en la página actual de su libro, como queriendo esquivar la conversación con el chico; aunque en su interior siente, sabe, que debe, que necesita hablar con él. Mientras lee, sus ojos café parecen sumergirse en las páginas y éstas abren un portal que la transporta al mundo de la novela; al mismo tiempo, con su mano derecha y sus uñas semilargas, muy bien cuidadas, sin pintura; hace un sonido sobre la mesa que emula el cabalgar de caballos. —¿Qué lees? —pregunta él con sincera curiosidad. Y ella, en ese instante, es como sacada por un haz de luz del mundo de su novela y transportada en el acto a la mesita, con un par de bebidas calientes, un libro, y claro, un desconocido frente a ella. —No me despiertes del olvido —le responde, sin más— ¿Y de qué trata? —vuelve a preguntar, a lo que ella replica— es un cuento muy largo para contártelo, y aún no me decido si es ciencia ficción, o magia mística egipcia, o una combinación de ambas cosas; es intensamente romántica, eso si te lo puedo asegurar; pero, parece ser un romance que trasciende generaciones, eras, culturas y algo más— suena bastante bien —responde Salvatore— ¡es apasionante, no tienes idea! —concluye ella, y se sumerge de nuevo en su lectura. Mientras tanto él, bebe su macchiato lentamente, como disfrutando cada pequeño sorbo de alegría caliente; no sin notar que la alegría que siente no proviene del macchiato exactamente, sino de la contemplación de la hermosa chica que tiene frente a él. Su mirada se hace penetrante, sus ojos chocan contra el café oscuro de los de ella; por su parte ella, se siente observada, quizás contemplada más bien. Ya no logra concentrarse en el libro, se dedica a tomar su bebida, observarlo de vuelta disimuladamente, para luego envolverse con él en una charla trivial de desconocidos; de esas en las que hablas muy a grosso modo de tus aficiones, de tu trabajo, de que estudiaste, de que te gustaría hacer con tu vida más tarde, de alguna experiencia interesante vivida. Y hablan, y se observan, continuan charlando y se miran, casi como acariciándose con los ojos, hasta que en un instante inesperado, al unisono, ambos tienen una especie de flashback, una reminiscencia; una escena compartida, ambos caminando tomados de la mano, en una tarde de otoño, por una larga avenida de tiendas de moda en Milán. —¿Alguna vez has estado en Italia? —preguntan ambos al mismo tiempo— ¡Qué casualidad! Hacernos la misma pregunta en este instante —dice Salvatore— Nunca he salido de los Estados Unidos, dice ella —yo estuve de viaje en Alemanía hace unos pocos años, pero es el único lugar de Europa en el que he estado —responde él. Ninguno se atreve a mencionar nada de esa reminiscencia absurda que parecen haber tenido, para no atemorizar al otro.

En un abrir y cerrar de ojos, cae la noche con todo el peso de su oscuridad y la temperatura desciende unos cuantos grados más. Han conversado por dos horas y media ya. Ella se excusa, que debe salir corriendo, que tiene que pasar haciendo unas compras antes de irse a casa, que le cierran el supermercado. El quisiera acompañarla, quisiera pasar toda la noche conversando con ella, observando sus bellos ojos y sus carnosos labios que invitan a besarla. Pero no dice nada al respecto. —¿Te volveré a ver? —le pregunta— ¡Quiero creer que sí! —responde ella y le da un post-it de color neón, con algo anotado; se levanta de la mesa, le da un ligero beso en la mejilla y sale de la cafetería antes que Salvatore pueda siquiera decir adiós. La observa desde la ventana mientras se aleja, con sus jeans apretados y sus botas blancas de invierno; la ve caminar pero más bien parece que flota en el viento y se pierde en la oscuridad de la esquina donde dobla, para desaparecer.

Salvatore se queda sentado en la mesa unos minutos más, tratando de asimilar qué ha significado ese encuentro. ¡Qué significa ese flashback! ¿De dónde puede conocer a esta chica que se le hace tan familiar? Abre el post-it: "Alessandra, 493-2345. ¡Despiértame del olvido!". Es lo que ve al leerlo.

(continuará...)


@AljndroPoetry / xi-17





lunes, 27 de noviembre de 2017

Un sueño pandimensional

Hace un instante contemplaba
esos momentos brillantes
y a veces tenues
de tu tierna infancia;
luego,
todas tus luchas de adolescencia,
y todas las penalidades
de esa fatigosa adultez
que te ha agobiado
con el peso de incontables toneladas;
cuántos problemas han gravitado hacia ti
como si fueses un imán bipolar
que atrae y repele por ambos lados a la vez...

y cargado de dolor y de empática aflicción
he regresado a tus primeros meses de vida,
donde lloras por la angustia de tu devenir;
te he acariciado las mejillas,
he dibujado una sonrisa en tu rostro,
he rozado gentilmente los lóbulos en tus orejas,
y te has dormido profundamente
acunado en mis brazos,
con un beso mío en tu frente...

me he ido con fast forward a esos instantes
en que te has hundido en los más oscuros abismos 
de tu existencia;
y rodeado por mis brazos
te he dado palmadas en la espalda,
te he repetido que todo va a estar bien;
que tarde o temprano esbozaré un camino frente a ti
y tú pondrás los adoquines con cada paso que des;
un sendero que finalmente te lleve a buen destino.

Guardo cada una de tus lágrimas;
las de tus sollozos en la alborada,
las de tus ayeres,
y las de todos tus mañanas
en un frasquito pequeño;
y las vierto continuamente
en todos los manantiales,
los ríos, los lagos,
los océanos y los mares.

Cada una de tus células muertas
las recojo en un pomo
para con ellas llenar de pétalos
las flores de todas las primaveras
que han de venir.

Cada uno de tus latidos
son el motor de mi reloj de bolsillo,
lo observo
en cada uno de los segundos de tu vida;
y hoy te garantizo que estaré allí,
cuando el reloj se detenga,
cuando vivas el último de tus segundos,
cuando expires y vuelvas a mí;
a mí,
que te di aquel primer hálito de vida...

cuando eso suceda,
abriré el cristal de tu tiempo,
el que he guardado en mi reloj,
y liberaré toda la luz
de los instantes que has existido;
los verteré en alguno
de los infinitos espacios oscuros
que a veces, se me ocurre crear;
y serán,
la fuente inagotable de resplandor
de todos sus luceros.


Y no, no te he creado aún;
eres todavía un sueño,
un anhelo...

mas cuando lo haga,
dudarás de ello;
pensarás,
que no eres más que un accidente sin propósito;
pero lo haré, te he de crear,
te prometo solemnemente...

que lo haré.

Y serán incontables las veces
que pensarás que yo,
soy solo un sueño;
un absurdo de tu imaginación...

pero no, el sueño eres tú;
producto de una imaginación inagotable,
incalculable, inconcebible.

Y eres todo menos absurdo;
eres un sueño, un anhelo...

mi sueño.




@AljndroPoetry / xi-17



viernes, 24 de noviembre de 2017

Odio, a pesar del amor y la razón

Un tazón de odio con cereal
en la mañana,
dos vasos de odio con hielo
en el almuerzo,
tres copas de odio tinto
para la cena.

¿Está acaso el odiar
codificado en la programación
de algunas de las hélices
de nuestro ácido desoxirribonucleico
o viene empacado en las micropartículas
de antimateria que conforman nuestra alma
persistentemente imaginaria
(científicamente indemostrable)?

El simio primigenio
en la cuasi cúspide de la evolución
(a años luz de accidentes genéticos
del primer organismo unicelular
que la no-vida concibió)
golpeando su pecho con brutalidad
no era capaz de odiar...

mostraba su enojo, sí,
marcaba su terreno,
demostraba ser el alfa
de los machos,
exigía su derecho inalienable
a las hembras de su elección...

pero ¿odiar?

Ese contraste entre las enseñanzas
y cavilaciones de Platón, Confucio,
Mahoma, Jesucristo, Gandhi...

y el actuar impregnado de odio
de Servando, Alicia, Fernando y Magalí
(ponga usted los nombres que guste según
nacionalidad y raza que le sea significativa).

Esa oscura esfera infinita
que contiene la colosal guerra perpetua
entre oscura energía y oscura materia
entre luz y oscuridad
entre real materia versus real energía
entre electrones y protones
entre leyes cuánticas y macrouniversales...

no sabe de odio...

solo sabe de la armonía perfecta
entre cada uno de sus componentes
mágicamente dispuestos dentro
de su sidéreo espacio esferoidal.

¿Acaso odia la roca
que cada día es arremetida
con vehemencia por las fieras olas?

Mas nosotros:
odiamos al vecino al otro lado de la verja
porque nos mira feo
odiamos al vecino al otro lado de la frontera
porque su piel es de otro color
o porque le ora a dioses
distintos de los nuestros
o porque sus demonios internos
no hablan las mismas lenguas que los nuestros...

hasta nos odiamos a nosotros mismos
por razones que ni el simio primigenio
(aunque lo dotarán de razón)
podría comprender.


Detestable y rabioso odio que odia
que se regocija en el fervor del rencor...

¿y no nos dicta acaso la razón
y la lógica vulcana y humana
que seríamos más prosperos
si abandonáramos el odio
y en armonía persiguiéramos
nuestros fines sublimes?

Detestable y rabioso odio que odia
regocijándose en el fervor de su rencor...

a pesar de la fuerza de la razón
a pesar de la fuerza del amor.



@AljndroPoetry / xi-17













viernes, 17 de noviembre de 2017

Utópica distopía de la realidad

Nos empeñamos en creer
que este plano existencial infinito
que llamamos universo cosmos firmamento
alguna vez dio a luz a una roca incandescente
que al enfriar su núcleo ardiente
y en el más improbable y remoto
de los improbables eventos del azar
dio paso a la vida...

vida que plantó e izó su bandera de victoria
sobre una esfera anegada de materia inerme
hace tantos millares de milenios mileniales...

vida que forjó su camino que luchó tenazmente
para no extinguirse ante la espeluznate adversidad
de un cosmos que había nacido muerto...

vida que floreció, se esparció, se multiplicó,
evolucionó y hasta al universo mismo
casi en su totalidad entendió...

y también maliciosa, envidiosa, desidiosa,
mentirosa, menesterosa,
homicida se volvió...

y por la muerte la vida fue acechada
y por la vida misma la vida fue acechada
y por la ineludible inevitabilidad del omega
la vida fue acechada.

Pero la realidad es que no hubo nacimiento...

gestación sí, sí la hubo,
preñado quedó el universo de un engendro
que por millares de milenios
se proclamó la guinda del pastel
de la creación...

¿creación?

¿qué no había sido un accidente del azar?
un golpe de suerte de dados cósmicos cargados,
un as bajo la manga del vacío,
un vacío y una nada
que misteriosa, mágica, cabalística y místicamente
contenían desde ya al todo...

un todo
donde cabía la vida y la muerte a la vez,
el amor abrazado del odio,
la envidia encamada con la piedad,
la materia en comunión íntima con la antimateria,
la oscuridad anudada a la luz en un nulo claroscuro indefinible,
la crueldad de la mano con la misericordia...

un todo en una nada...

insisto, que no hubo nacimiento
solo gestación...

y el cosmos arrepentido del engendro aberrante
que germinaba en sus entrañas
decide abortar;
abortar la vida, abortar la muerte,
abortar el alfa, abortar el omega,
abortar el tiempo, abortar la eternidad,
abortar y absorber,
consumir, concentrar, compactar
un todo categórico
en una nueva nada y vacío absolutos...

y los creyentes y los escépticos
y los fanáticos y los antifanáticos
y los que creían en todo
y los que creían en nada
y los que estaban a favor
y los que estaban en contra
y los que estaban en contra de los que estaban en contra
volvieron todos al zigoto vacío primigenio.

Jamás hubo nacimiento
ni vida, ni amor, ni odio,
ni cronos, ni infinitud;
fue todo una quimérica fantasía alucinante,
el anhelo de un firmamento imaginario
que soñaba con el ser y existir;
la utópica distopía onírica
de una deidad tortuga mitológica
que flota sobre el líquido amniótico
de la inexistencia absoluta.



@AljndroPoetry / xi-17
(@SolitarioAmnte)





Reminiscencia de Invierno (parte VII – final)

Ese lunes por la mañana Salvatore llama a Alessandra camino a su trabajo. Le dice que es vital conversar esa misma tarde. Le pide que salga...

Cristales rotos