En el check-in
asistido por computador del aeropuerto, Solomon se siente como pez en el agua.
Para Salvatore sin embargo, es como un proceso sin alma, extraña los tiempos en
que una señorita amable le atendía en un mostrador; en esto él es todavía chapado
a la antigua. El vuelo a Monterrey no toma más de noventa minutos (la última
década de avances aeronáuticos no ha pasado en vano). Solomon está tan
desvelado luego de una intensa madrugada conquistando reinos en Dota 9, se
queda dormido de inmediato y ronca durante todo el camino. Salvatore, también
está trasnochado pero no concilia el sueño en su asiento, de hecho nunca ha
podido dormir en un avión, incluso cuando viajó a Alemania. Ha sido y sigue
asediado por la incertidumbre. ¿Qué encontrará en Monterrey?
Salvatore había
investigado ya que esa tarde tenían una presentación comercial (para incentivar
las ventas) en el edificio de Remembrance. Mientras tanto, se hospedan en el
Holiday Inn Monterrey Valle. Solomon continúa durmiendo el resto de la mañana,
hasta pone el rótulo de "no molestar" en su puerta. Salvatore se
recuesta, pero sigue pensando en el incidente de su pasaporte extraviado y esa
hoja fantasma, digitalizada en la nube, con un sello de Monterrey. Piensa en
Alessandra, en sus besos, en su cuello; y por un instante, vuelve a sentir en
sus labios, el oasis de su ombligo y ese recorrido por los delicados trazos de
sus piernas y por la alucinante curva de su derriere. Su paladar se endulza
ante la evocación del sabor de sus pezones. Recuerda sus ojos, esos profundos
ojos café oscuro donde él podría perderse el resto de su vida. “¿Qué estará
haciendo esa mañana de sábado?” es una pregunta que ronda su mente mientras se
queda dormido, aunque no más de media hora.
Solomon y
Salvatore tienen un hambre voraz al mediodía. No desayunaron nada en el avión.
Bajan al restaurante del hotel y se comen una buena cantidad de tacos al pastor
bien enchilados. A Salvatore se le da bien el picante en la comida, Solomon en
cambio tiene la cara enrojecida, una lágrima sale por su ojo izquierdo y en su
lengua, hay un incendio que tres cervezas corona no son capaces de apagar. ─No
bebas más por favor, te necesito sobrio en la presentación ─le dice Salvatore─ creo
que hay secretos oscuros en la tecnología que usa esta corporación, seguro que
tu agudeza de hacker ha de captar algo que yo jamás podría ver ─Un vaso de agua
con hielo, urgente ─le grita Solomon a un mesero que va pasando cerca.
Un taxi verde los
lleva velozmente a su destino. Un edificio de unos siete pisos a pocos kilómetros
de la zona industrial de Monterrey del parque Fundidora. El taxi es un sedan Nissan
que se les antoja pequeño, pero es un auto del año y de verdad se siente como
nuevo. El conductor responde un par de llamadas con su auricular bluetooth durante
el viaje y no deja de decir cosas como: “güey haz esto”, “¡no seas güey!”, “¿qué
te dijo ese güey de mí?”, “te dije que no volvieras a ver a ese güey”. Parece
que todo su vocabulario gira alrededor de esa palabra “güey”. Solomon tiene
amigos Mexicanos pero no había escuchado que usaran tanto esa muleta al hablar.
Entre llamada y llamada les habla de lo que él considera atracciones turísticas
en el camino. A Solomon solo le llama la atención lo caprichosa forma del cerro
de La Silla, Salvatore está absorto en sus preocupaciones, realmente no ha
puesto atención a nada.
El edificio de
Remembrance es totalmente asimétrico en todos los sentidos, tiene dos caras
revestidas por completo de vidrio que asemeja espejos que reflejan todo a su
alrededor. Una cara totalmente tapizada de ladrillos de un café quemado y otra
cara que parece un inmenso césped vertical. Una de las caras de espejo, a
ratos, según la intensidad de luz, parece esbozar la silueta de una neurona. Allí
los reciben anfitrionas sumamente amables y atractivas. En un salón de
conferencias les dan una presentación general de los servicios de la corporación
en una pantalla que es literalmente de 360º. Una de las anfitrionas toma un
grupo (Salvatore incluido) y los lleva a un recorrido por todas las
instalaciones del edificio. Las áreas tecnológicamente impresionantes son las
que principalmente se muestran, nadie quiere ver las oficinas de contabilidad o
de recursos humanos. Otra anfitriona toma otro grupo, donde va Solomon. Los
recorridos pretenden mostrar las mismas áreas, pero en orden distinto, en
grupos pequeños es más fácil apreciar, comentar, preguntar y responder
inquietudes. En noventa minutos concluye todo. Cerca del 20% de los asistentes
terminan comprando paquetes de servicio.
Temprano esa
noche, Solomon y Salvatore se van a cenar a un lujoso restaurante en el centro
de Monterrey. “Allí sirven un cabrito de primera” les dijo el encargado del
mostrador del hotel antes de salir. Salvatore sabe que tiene que consentir a
Solmon un poquito, que le está pidiendo demasiado y ni son amigos y hasta hace muy
poco, ni siquiera se caían bien. En el restaurante, precisamente piden cabrito
para cenar acompañado por unas cuantas cervezas corona. La cena en verdad es
deliciosa. ─ ¿Tú en verdad crees ese cuento de que lo que te venden son
vacaciones inolvidables? ─dice Salvatore antes de darle una mordida a un taco
de cabrito─ Esa tecnología de nanobots capaces de implantar breves instantes
memorables de unas vacaciones, es totalmente viable en estos días ─le responde
Solomon con la boca llena de cabrito y un poco de la salsa escurriéndole por la
comisura de los labios, manchando su roja barba─ Si lo piensas bien, cuando uno
recuerda unas vacaciones de unos 5 años atrás, todo lo que queda son unas
cuantas instantáneas en la mente de los mejores momentos, casi no tienes
diálogos, ni escenas muy elaboradas de lo acontecido ─le sigue diciendo antes
de beberse media botellita de corona en breves sorbos ─eso, considerando unas
vacaciones promedio, claro está; porque si en esas vacaciones te arrodillaste
ante tu novia para pedirla en matrimonio, esa es otra historia; implantar algo
así lo veo difícil ─Tú eres el experto en tecnología y ciertamente lo que dices
me hace sentido, pero ¿qué piensas del otro tipo de servicios? lo de borrarte
momentos y hasta épocas dolorosas de tu vida ─Mira Salvatore, si te soy
honesto, yo no creo en eso del alma, el espiritu o de chamanes que escupen
demonios en calzoncillos; pero si te puedo decir que los sentimientos y las
emociones profundas parecen guardarse en algún lugar más allá de las neuronas y
sus interacciones químicas o eléctricas, hay un misterio en eso ─responde
Solomon mientras limpia su plato usando pedazos de tortilla con los que recoge
los últimos residuos de salsa y carne ─esta carne y esta salsa de verdad son
cosa aparte, qué comida tan deliciosa ─no puede Solomon evitar hacer ese
paréntesis en la charla─ entonces, pienso yo, qué es viable borrarte los
recuerdos, pero en tu esencia ha de permanecer algo de esa etapa de tu vida,
algo de las personas y de los sentimientos y emociones que te han borrado
─concluye Solomon─ Necesito averiguar si contraté servicios de esta empresa con
anterioridad ─ le dice Salvatore y le cuenta toda la historia del pasaporte
perdido y la hoja digitalizada con sello de Monterrey y las extrañas cosas que
le han ocurrido al estar con Alessandra, esa sensación de conocerla de antes,
de amarla de antes inclusive. Solomon le cuenta que durante el recorrido que le
dieron a él, con excusa de ir al baño se escabulló hacia su centro de computo y
sabe bien en donde es que deben resguardar las copias de respaldo de los expedientes
de los clientes. Le asegura que esa misma noche regresa a ese edificio con una
identidad falsa de técnico externo de mantenimiento de los servidores y va a
obtener su expediente. Le ruega Salvatore que obtenga el expediente de
Alessandra también.
Esa noche, Solomon
llega a la garita de seguridad de Remembrance y presenta una tarjeta de acceso
de la empresa que les da servicio técnico a los servidores de cómputo. Solo él
sabe cómo ha podido averiguar el nombre de la empresa, falsificar una tarjeta
de acceso e introducir un registro de autorización en la bitácora de visitas programadas
en el sistema de seguridad de Remembrance (cosas de hackers, eso es seguro). Dentro
de las instalaciones se mueve con una naturalidad escalofriante. Va y viene por
los pasillos de los servidores. Revisa una cosa y la otra. Asegura cables
conectados. Hace chequeos a los routers, etc. Y asegurándose de estar en un
punto ciego ante las tantas cámaras de seguridad, inserta una memoria USB, con
un software especial que rastreará los archivos del historial de Salvatore y
Alessandra. Deja la memoria conectada y se va por allí a fingir que hace más
chequeos de rutina. En menos de treinta minutos concluye todo. Retira la
memoria, se asegura que tenga una carpeta de Salvatore y otra de Alessandra. Y
se retira de las instalaciones tan naturalmente como llegó. Uno imaginaría que estas
cosas conllevan un gran riesgo y que la posibilidad de que lo descubran es sumamente
alta. Pero el que sabe, sabe. Y por lo visto, Solomon, sí que sabe de estas
cosas. De regreso en su hotel inserta la USB en su notebook y hace una llamada:
─ ¿Salvatore? ¡Lo tengo! Me vas a quedar a deber una muy grande con esto compañero
─ ¿De verdad? ¿No te han descubierto ni nada? Disculpa, pero honestamente nunca
pensé que todo ese alarde de tus dotes de hacker iba en serio. Te debo una muy
grande de por vida, tenlo por seguro amigo ─ Solomon le continúa contando
algunos pormenores de su visita a la corporación y de como obtuvo las dichosas
carpetas. Le cuenta que todos los archivos están fuertemente encriptados. Pero
que no se preocupe, que va a diseminar (sin riesgo de que alguien más vea el
contenido) la tarea de decodificación ante una red de usuarios que permiten
acceso a sus computadores mientras ellos duermen, para distribuir tareas que requieren
alto volumen de procesamiento y aún entre otros usuarios conectados a redes de juegos
de video que no han dado su consentimiento, pero igual, existen pasadizos para
lograr que cooperen. “Total, no se les hace ningún daño” le dice también.
Solomon se queda dormido monitoreando el avance de la tarea que ha diseminado.
A la mañana
siguiente piden el desayuno en la habitación de Salvatore. Solomon se reúne con
él allí para ver los archivos en cuestión. Entre varios papeles legales y
formularios se encuentra también una amplia variedad de videos. En ellos se
documenta a detalle las razones por las cuales Alessandra y Salvatore, primero
en pareja y luego en solitario, declaran en su propia voz la justificación y la
amplia liberación de responsabilidades hacia Remembrance. En uno de los videos,
Alessandra, ahogada en llanto, confiesa lo infeliz que ha llegado a ser con
Salvatore, la escasa atención que éste le presta, lo evasivo que se ha vuelto, su
frialdad e indiferencia, abundando en anécdotas al respecto. En otro video,
Salvatore, con la voz entrecortada, como con un nudo en la garganta confiesa lo
posesiva que Alessandra se ha vuelto, lo insistente y controladora que es. Que
le pide justificación, minuto a minuto de sus horas en la calle, que espía
constantemente toda su actividad en las redes (la cual es tan reducida de todos
modos) y todas las apps de su móvil. Y detalla los ataques de histeria de ella,
muchos de los cuales han desencadenado en violencia física, quizás superficial en
su mayoría, pero con tendencias a empeorar al punto de creer él, que su vida
podría correr peligro en algún momento crítico y trágico que aún no se da; pero
que no descarta del todo. Entre formularios, contratos y videos queda muy claro
que ambos, por voluntad propia, y en pleno uso de sus facultades mentales, han
autorizado a Remembrance a borrar de sus vidas todo rastro de que alguna vez
fueron pareja y estuvieron enamorados. Lo cual incluye visitar y persuadir por
todos los medios a los familiares, amigos y conocidos de ambos, eliminar todo
objeto físico y actividades en las redes, y borrar de su cerebro los
principales enlaces que activan tales recuerdos, usando la patentada tecnología
de nanobots de Remembrance. Salvatore está en shock ante tales videos. A
Solomon le parece que todo es muy viable, tecnológica y logísticamente
hablando, su pragmatismo se antepone a cualquier emoción que quisiera aflorar
al respecto, pero no hay mayor riesgo de emociones, a decir verdad. Su
personalidad parece estar marcada por una gran falta de empatía. ─Insisto en lo
que te dije ayer ─rompe el silencio de quince minutos en que ambos han quedado
luego de ver el último video─ si los sentimientos en verdad fueron muy
profundos, rastro de ellos debe quedar en algún otro lugar, más allá de la red
neuronal de la memoria, y acuérdate que no hablo de infantiles misticismos de
ningún tipo─. Luego del desayuno, abandonan Monterrey sin decir más. El
silencio reina entre ellos durante el viaje en taxi hacia el aeropuerto y
durante el viaje de regreso a casa. Esa noche, sin embargo, Salvatore recibe
llamada de Solomon. ─ ¡No vas a creer lo que he descubierto! ─ y Solomon
prosigue contándole que en ambas carpetas había unos archivos que parecían basura,
residuos de alguna eliminación de archivos, o una especie de archivos
temporales incompletos ya inservibles, pero que despertó su curiosidad, alguno
que otro patrón que vio en ellos. Más impresionante fue que ninguno de sus
medios convencionales para decodificar archivos le había sido útil. Estos
tenían algún mecanismo de codificación cuántica con una llave de encriptación
tan larga, que le llevaría muchas vidas humanas a la espera de incontables
servidores de alta potencia de computación de la época para lograr
descifrarlos. Pero que, siendo el reto tan mayúsculo, él no había de quedarse
quieto hasta hackearlos, costara lo que costara, aunque su contenido fuera
inservible al final. De modo que haciendo acopio de todas sus habilidades tecnológicas
y hasta de las que no, pudo acceder a la ultra nube cuántica experimental en el
proyecto de aceleración de partículas que hace un par de años arrancó Japón en
combinación con la China y algunos países árabes en algún lugar aún secreto de Oceanía.
Y luego de un par de horas de batalla campal para derribar sus múltiples
sistemas de seguridad de un orden avanzadísimo, logró acceder y descifrar los
archivos en cuestión de unos noventa minutos. ─Ya tengo los archivos y he visto
su contenido. No tienes idea de la relevancia de ellos para tu caso. Ese
contenido lo cambia todo radicalmente. No debo decirte nada más por teléfono. ¡Ven
a mi casa cuánto antes! ─Salvatore no responde nada, pero no se lo piensa dos
veces. Se pone unos jeans, un suéter y un abrigo, toma las llaves de su automóvil
y agarra camino a casa de Solomon. Son las 11:55 de la noche de un domingo de
invierno especialmente gélido, la realidad misma parece congelarse y hacerse
añicos ante los ojos de Salvatore mientras conduce rumbo a casa de Solomon.
(continuará…)
AljndroPoetry
2018-ene-1
2018-ene-1
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