viernes, 15 de diciembre de 2017

Reminiscencia de Invierno (parte V)

Esa mañana todo el mundo tenía antojo de un pastelillo o una galleta de “A&C sweet shop”, la tienda de pastelillos de Claudia y Alessandra. Ya fuera para acompañar el primer café del día o para el coffee break de media mañana. Filas y filas de personas con sus abrigos, sus guantes, sus gorros y el vaho humeante de sus bocas en las conversaciones; parecía que se hablan con señales de humo y no con palabras. ¿Sería el efecto de los gélidos vientos del norte que no menguaban? Como a las 11:00 am, sin embargo, la tienda se queda vacía, no entra ni un mosquito. Alessandra y Claudia van y vienen desde la bodeguita de la tienda con bandejas de cupcakes y galletas para rellenar el mostrador y las vitrinas. ─ ¡Me tienes que decir de una vez por todas, a que viene este misterio Alessandra! ¿Qué es eso de tenerme dando excusas falsas al buenazo de tu prometido? Diciendo que estás aquí a horas de la noche o de la tarde, cuando no tengo idea ni dónde ni con qué fulano andas haciendo qué cosas. ─Era la cantaleta de Claudia mientras iban y venían─ ¿Le estás poniendo el cuerno a Salvador? ─le interroga con indignada curiosidad. Alessandra calla, con la mirada baja hacia el suelo o hacia las bandejas que lleva y trae finge estar turbada con el quehacer. Ante la insistencia de Claudia, la mira fijo a los ojos, con un aire de tristeza. Se sienta en un banquito pequeño de tres patas que tienen en la bodega; el que usan para alcanzar alguna estantería alta, y en cuanto empieza a hablar, su rostro se inunda de una expresión de alegría. Le cuenta todo sobre su primer encuentro con Salvatore, las citas posteriores, su encuentro íntimo. Le dice que este hombre le atrae sobremanera, que no sabe por qué. Que le confunde, le mueve el piso y siembra una incertidumbre sobre su futuro. Ya no está segura de querer casarse con Salvador. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Cuál es la razón que la mantiene junto a él? Se echa a llorar, más bien sollozante, mientras le sigue hablando de Salvatore. ─ ¿Dices que se llama Salvatore? ─le pregunta y cuando ella asiente con la cabeza, le relata que, al principio de su amistad, hace poco más de dos años, era frecuente que ella mencionara ese nombre; de la nada y sin relación alguna con la charla que les tuviera ocupadas. Que más de una vez le pregunto quién era esa persona y que siempre fue evasiva o simplemente parecía no haberse percatado de mencionar ese nombre. Eso dejó de pasar cuando abrieron su negocio. Alessandra le sigue contando la extraña anécdota en el café de doña Juana con el muchachito hijo de ella. Pasa una hora velozmente mientras conversan el tema, sus detalles y la tormenta de emociones y sensaciones que Alessandra vive. Claudia está impactada con todo lo que le cuenta y le dice que deben salir de dudas. Que Juana y Tony seguro saben más de lo que aparentan. ─Nos vamos a almorzar a ese café, ahora mismo ─le dice en tono imperativo.

─Pasen niñas, que se les congela la vida allá afuera ─les da la bienvenida doña Juana mientras abre la puerta. Las lleva a una mesita del centro. La calefacción está a todo vapor. Se quitan los abrigos de inmediato y se sientan a ver el menú. En menos de un minuto regresa Juana con dos jarritas llenas de consomé de pollo, humeante y delicioso. Unas ramitas de cilantro flotan en su superficie. ─Les dejo ese consomécito para arrancar, en lo que ojean el menú, vuelvo pronto ─les dice. No tienen hambre, pero la presentación les seduce y dan un par de sorbos que les quema levemente el paladar, pero entibia el alma. Al fondo del lugar se oye un ruido, como metálico. Claudia se levanta, camina entre las mesas y llega al fondo de un pasillo, más allá de la cocina y se asoma a ver por la ventana. Ve un muchachito con la estampa del hijo de Juana, tal como Alessandra lo describió. ─Alessandra, ven rápido ─le grita, pero de algún modo como si fuera un susurro con alto volumen. Ella se apresura a llegar, pasa por la cocina donde Juana está atareada mezclando algunos ingredientes para un platillo. Su estridente licuadora no le permite advertir que a sus espaldas pasa Alessandra casi corriendo. Claudia abre la puerta de servicio que da al área trasera de basureros y ambas se aproximan a Tony. El chico se encuentra contrariado, un tanto rabioso, porque su madre le había prometido dejarlo ir a un juego de baseball esa tarde, y a última hora le avisa que debe quedarse, pues llega a refaccionar a las 4:00 pm todo el personal de ventas de una empresa pequeña cuyas oficinas están a unas cuadras de allí; llegan a celebrar el aniversario de contratación de la gerente de ventas. Han reservado casi todo el lugar. Más de la mitad de los empleados son centroamericanos, incluida la jefa, por lo que no quieren perderse los exquisitos tamales colorados que doña Juana prepara, sin mencionar el inigualable chocolate caliente. Tony había depositado con torpeza unas bolsas de basura en uno de los botes metálicos, el cual se desbalancea y topa con el bote contiguo produciendo un molesto chasquido. ─Hola Tony. ¿Me recuerdas? ─le saluda Alessandra. El chico está aturdido en su enojo y no recuerda que ella había llegado hace breves semanas con Salvatore. ─ ¡Qué tal Alessandra! ─le responde en automático. Claudia se abalanza hacia él y empieza un interrogatorio al mejor estilo de policía malo de una película clásica policial. Le pide que le confirme sobre cuándo y por qué conoce a Alessandra y a Salvatore. El chico, todo confundido le dice todo: Que hace poco más de dos años, él no trabajaba todo el día con su mamá, solo venía unas pocas horas por la tarde a ayudar con la limpieza del local, pues estudiaba por la mañana; pero luego su madre le pidió que se cambiara a la escuela nocturna pues necesitaba ayuda de él todo el día, aunque le daba buen tiempo para hacer sus deberes. Entonces, en esa época, solía encontrar una pareja de enamorados que le parecían sumamente melosos. Pero a la vez, tenían episodios con discusiones tan acaloradas, que su madre lo mandaba a la cocina con los oídos tapados, mientras ella mediaba ante la pareja. A pesar de eso, los recuerda con mucho cariño, porque siempre que se acercaba a su mesa a dejar más servilletas, o recoger vajilla sucia, ellos eran muy cordiales, le sacaban conversación trivial y los viernes le decían: “te dejo este billete de 5 dólares, pero no le digas nada a tu mamá, que la propina normal la dejaremos por aparte”.  ─Nos vas a llevar ahora mismo con tu madre a que nos confirme lo que dices chiquillo. ¿Voy a creerle a un niño mocoso como tú todas estas cosas que no hacen sentido? Mi amiga no se acuerda de nada de eso ─le dice Claudia mientras le toma la oreja con firmeza a Tony─ ¡Cálmate Claudia! No hay por qué tratar con tanta rudeza al chico ─le ruega Alessandra con determinación─ tienes razón, discúlpame chico, todo esto me tiene muy alterada, vamos con tu madre por favor ─y el chico, todo zarandeado y asustado las lleva de inmediato a la cocina con su madre.

La cocina es un reguero de verduras, especias, pollo, carne de cerdo y al fondo un fogón con una olla cilíndrica muy alta en donde se cocinan los tamales. Nada fuera de los estándares de higiene que exige la municipalidad de la ciudad, sino más bien un campo de batalla culinaria, donde doña Juana va saliendo vencedora. Ella no se ve sorprendida. Su sonrisa ilumina su cara de sol de verano. Les dice que ya sabía, desde esa visita inesperada de la pareja hace breves semanas, que más temprano que tarde, uno de ellos, o ambos, volvería a indagar; especialmente luego de la indiscreción de su hijo. Ella les corrobora de inmediato toda la historia contada por Tony y la enriquece con muchos más detalles. Pues ella, era buena amiga de la pareja, les quería ─aún les quiere─ mucho, era casi su consejera no oficial de noviazgo. Les cuenta que hace unos dos años y medio, ellos solían llegar 2 o 3 veces por semana a su cafetería, se veían tan enamorados, pero ella siempre intuyo que algo andaba mal entre los dos, algo irreconciliable y misterioso en su esencia de pareja, que nunca supo que era en realidad, pues ellos no quisieron abrirse por completo. Hasta que un buen día, dejaron de llegar. Al mes de su desaparición súbita, llega una organización privada de salud. ─ ¿Cuál era el bendito nombre de esa empresa? ─se pregunta ella misma en voz alta; que era algo como “Remembrance”. Ellos llevaban unos videos en una tableta y unos papeles para firmar. Los videos eran de Alessandra y Salvatore por separado, cada uno despidiéndose cariñosamente de Juana, agradeciendo todo su cuidado y paciencia, y dando instrucciones estrictas de qué si alguna vez los volvía a ver en la vida, que fingiera que no los conocía, y que por nada del mundo les contara nada de su vida pasada. ─ ¡Vida pasada! ─exclama en voz alta, con un aire más bien de interrogación, como de quien no tiene idea de que significa una frase, como si fuera de otro idioma. La hicieron ver los videos varias veces y luego destruyeron la tableta, en el acto, ante los ojos atónitos de ella. Los videos además indicaban que Remembrance tenía poder legal para proceder jurídicamente contra ella si incumplía esta petición de sus amigos. Los hombres que llegaron miraban amenazantemente a su hijo de reojo, mientras sutilmente mencionaban datos de su escuela, su horario, sus aficiones, deportes, etc. Ella muy alarmada, aunque con tristeza, firmó los papeles aceptando guardar silencio en todo lo relacionado a la vida pasada de Alessandra y Salvatore y todo lo concerniente a Remembrance.

En el dormitorio se siente un espíritu invernal, un frío etéreo que nada tiene que ver con la temperatura. Por la ventana se observan los copos de nieve que caen como gotitas de algodón que se desprenden desde un sembradío en los cielos. Salvatore observa la pantallita digital del aparato de calefacción de su cuarto. 27º centígrados. Hace diez minutos que habló con Solomon. De pronto recuerda ese raro episodio, en el que perdió su pasaporte hace unos dos años y medio, más o menos. Afortunadamente tenía copia digital de respaldo en esa nube especializada en documentos personales importantes, “iDropDoc”. Pero recuerda además que cuando descargó su copia, vio una página con un sello de Monterrey. Pero, él nunca había estado en ciudad alguna de México. Se comunicó con servicio al cliente de esa empresa y le dijeron que seguramente era un glitch informático, que no se preocupará, que lo corregían en breve. Al día siguiente, en efecto, aparece una hoja idéntica, pero sin el sello de Monterrey. Llama a Solomon de inmediato. Tarda en responder. ─Ah, carajos, estoy a punto de conquistar este reino y el maldito teléfono vuelve a sonar ─pone pausa unos segundos, mira de reojo el móvil, responde: ─ ¿Otra vez tú Salvatore? Ya te dije todo lo que investigué. ¿Qué, somos mejores amigos ahora? De esos que se llaman a altas horas de la noche para contarse sus confidencias y malas pasadas del día ─corta la llamada. Salvatore no se inmuta, vuelve a llamar. ─ ¡My God! Vete a dormir de una buena vez ─Solomon le grita al aire enrarecido y decadente de su sombrío sótano sin contestar el teléfono. Continúa el juego. El móvil suena, tercera llamada de Salvatore. Está a punto de conquistar el reino. Un momentito más. Cuarta llamada, no hay sonido en el móvil, solo vibración en la mesita donde tiene apoyados los pies. Solo tiene que destruir al héroe líder en jefe del otro reino, ya casi, el móvil vibra, un ataque más, su héroe se defiende de un golpe mortal, casi lo aniquilan; asesta el golpe final y lo logra. Nunca le había costado tanto conquistar un reino. Llevaba ya dos semanas en esta batalla. Quinta llamada, responde. ─ ¿Solomon, tienes pasaporte vigente? Si es así, empaca ligero, te vas conmigo a Monterrey mañana, paso por ti a las 6:00 am ─dice Salvatore; Solomon se queda en pausa por dos segundos, y antes de cortar─ ¡Pero, tú pagas todo! Y ya no me jodas más esta noche.

(Continuará…)


@AljndroPoetry / xii-17




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